ANTICAPITALISMO Y AUTODETERMINACION


Algunas reflexiones
por Luis Zamora 


Una y otra vez reafirmamos la convicción que, de seguir imponiéndosenos –o aceptando– formas de organización capitalista del mundo, las condiciones de explotación y brutalidad que sufren la mayoría de los que lo habitamos continuarán acentuándose día a día tanto como se agudizará un proceso de devastación del planeta todo.
A las difíciles condiciones cotidianas de existencia –aberrantes para muchos– el capitalismo suma la amenaza de una catástrofe global.
Aunque es un dato abrumador de la realidad que, en ese tránsito al precipicio, sus expresiones, como el cambio climático, agreden en forma diferenciada a los pueblos pobres del planeta en relación con los que mejor están. Al Sur metafórica y literalmente hablando. Por ello a mayor “cambio climático”, es decir a mayor opresión y destrucción capitalista, podría decirse mayor necesidad de cambio social.
Como lo ha señalado Lowy, el capitalista es un sistema que “transforma la tierra, el agua, el aire, la naturaleza, los seres humanos en mercancía y que no conoce otro criterio que no sea la expansión de los negocios y la acumulación de beneficios para unos cuantos”. Ganancias empresarias o necesidades populares; lo que da ganancia frente a lo que necesitamos imperiosamente los pueblos.
Salvatajes a banqueros y empresas y profundas recesiones llenan los países ricos de desocupación y de ajustes en plena y profunda crisis del sistema. Y donde la economía crece, de acuerdo a sus parámetros, el
trabajo se precariza y flexibiliza y la explotación se agudiza mientras la exclusión de sectores importantes se instala ya de forma permanente, estructural.
Y ahí tenemos la tierra destinada a cultivos de soja transgénica para alimentar autos o cerdos –como ocurre en Argentina y en el Cono Sur frente al hambre que atraviesa a mil millones de personas. Y también
allí vemos la amenaza global: la tierra se erosiona, el medio ambiente se contamina, los pueblos deben migrar para ser recibidos, adonde vayan, por campañas racistas y discriminadoras. En la Cumbre de
Estocolmo del 2009 200 jefes de gobierno se reunieron supuestamente para tratar el drama del planeta que destruyen; 6.500 millones de habitantes ni siquiera fuimos informados y menos consultados sobre  los caminos a seguir. Pero de alguna forma lo permitimos.
La disyuntiva sigue planteada pero esas perspectivas impulsan la necesidad de explorar caminos donde los pueblos construyamos el poder necesario para transformar esa realidad que nos oprime, nos
lleva al abismo y por lo tanto nos llena de indignación movilizadora.
Caminos distintos a los ya recorridos donde no se logró alcanzar ese poder necesario para derrotar al capital, para avanzar en la construcción de una sociedad de iguales.
Se sabe, sabemos, que quedaron, sufrimos, duras derrotas. Sin embargo tozudamente, con una “voluntad optimista” los procesos populares parecen rescatar ricas lecciones, esa capacidad de seguir aprendiendo para poner al servicio del análisis frío y sereno del que también nos hablaba Gramsci.
Las propuestas clásicas de la izquierda del siglo XX sostuvieron – sostuvimos– y algunas todavía sostienen, que la tarea era la de construir partidos u organizaciones que participaran en las luchas para encabezarlas, lograr dirigir las organizaciones de los trabajadores, disputar el poder del Estado y desde allí –literalmente desde arriba– iniciar la destrucción del capitalismo y la construcción del socialismo.
Esas posiciones han ido perdiendo adhesión como consecuencia, entre otras razones, de las experiencias extraídas de los más importantes procesos de lucha del siglo pasado. Siguen siendo reivindicadas por
algunas agrupaciones, pero a la realidad hostil a la que siempre la clase dominante intenta llevar a las corrientes que la enfrentan se suma el proceso cuestionador de muchos luchadores y amplios sectores.
Combatir la autoproclamación, la tendencia a defender opiniones como certezas o directamente como verdades incuestionables, los programas que responden a todo y las estructuras jerárquicas que se edifican para custodiar esas verdades, son desafíos de la hora. En caso contrario se abre una enorme brecha entre las estructuras de las organizaciones políticas o político-sociales que así actúan con los sectores en lucha y
los pueblos en general, se pierde la oportunidad del aporte y el enriquecimiento recíproco y el de potenciar en definitiva la posibilidad de triunfo.
Desde ya no vemos ese proceso de sobreestimar la construcción de organizaciones de militantes como principal herramienta de cambio,  subestimando el rol de los pueblos en las transformaciones revolucionarias y en tanto ello lleva casi a sustituirlos. Y que en la práctica ha implicado priorizar la construcción partidaria por sobre el fortalecimiento de las organizaciones, especialmente las asamblearias, que trabajadores, jóvenes, pobladores han ido encontrando como forma de vincularse y tener poder frente a las grandes empresas y el Estado capitalista.
En los últimos años las luchas recurrentes contra el capital y sus instituciones o contra las consecuencias de sus políticas empezaron a mostrar elementos que quienes los llevan adelante exteriorizan, de
forma más o menos clara, más o menos confusa, un deseo de protagonizar, de tomar en sus manos, de decidir desde abajo, de no ser usados, de eludir nuevas frustraciones.
La llamada democracia representativa, mecanismo institucional con el que pequeñas pero poderosas minorías aseguran en muchas partes el dominio del capital –cuando no lo hacen directamente con feroces
dictaduras– está en crisis precisamente porque se extiende, por acción u omisión, el cuestionamiento a la representación misma al servicio del poder económico. La crisis de representación de la que tanto se habla y que recorre el mundo.
Desde hace tiempo nos sentimos parte militante de aquellos que intentan articular y autoorganizar luchas y acciones populares tratando de encontrar en la autodeterminación el poder que haga posible confrontar con éxito con el capitalismo, sus gobiernos y las consecuencias de sus políticas. Y allí aprender, experimentar, aportar ideas y prácticas, enriquecernos y potenciarnos colectivamente. Frente a la representación que ausenta a la mayoría supuestamente porque quienes re-presentan y están presentes son presuntos voceros de aquellos que ausentan, se alza el camino de la autodeterminación donde los que no tenían voz empiezan a tenerla; que no busca voceros ni intermediarios que hablen en su nombre; la presencia colectiva
puede dar el poder y la sabiduría para avanzar. Es que se trata de construir sociedades donde manden mayorías, donde democracia sea realmente gobierno del pueblo y parece que solo se logrará si la
mayoría protagoniza su búsqueda y en ella en forma asamblearia y horizontal decide y manda.
Frente al enorme poder económico, político, militar, cultural, comunicacional del gran capital, algunos pequeños pasos, experiencias embrionarias pero diseminadas por todos lados parecerían mostrar que
ese camino se está recorriendo.
Y quizás entonces el desafío puede ser respondido. Es que ¿quién podría enfrentar a ese poder con éxito sino pueblos con el poder que surgiría de su autoorganización, con el poder que construirían autodeterminándose, el que surgiría de tomar en sus manos esa lucha? Madrid, Barcelona, Grecia, Egipto, Túñez, Siria, el mundo árabe globalmente, Islandia, Chile, Inglaterra, muestran que en las luchas
existen elementos de esas búsquedas. “Democracia real ya”, gritan los indignados, “los jóvenes no pueden mandar en el país”, les dicen a los estudiantes chilenos. Dos veces en Islandia el pueblo decidió que la
deuda externa no se paga y que los banqueros sean juzgados. Es que además de los reclamos que enfrentan al poder económico y a sus instituciones políticas, la autodeterminación en sí misma es incompatible con el capitalismo. Una minoría no puede dominar si hay autodeterminación. Y la lucha del pueblo trabajador como ya planteaban los clásicos del socialismo no es solo por el poder del Estado sino también contra el poder estatal mismo. ¿No será así que podamos aspirar, como algo posible, a la concreción de un mundo
socialista que tenga las formas nuevas que los pueblos decidan darle?
Para quien analiza desde una práctica militante en pos de esa sociedad de iguales siempre está el riesgo de confundir deseos con realidades, pero también tiene que tener presente que sus reflexiones no surgen de
su cabeza sino de esa realidad de modestas prácticas que vive y lo rodea.
Prácticas populares, luchas y movilizaciones estimuladas por la bronca, la indignación y la angustia pero que a su vez contienen elementos de solidaridad, dignidad, alegría, rebeldía, democracia. Allí hay elementos de la fuerza política, cultural, social para derrotar definitivamente al capitalismo. Nos sentimos sin planos y tampoco pretendemos dibujarlos entre pocos. Había planos pero no son tiempos de calcarlos. Apostemos a que surjan de la autodeterminación y la autoorganización. Todos podemos aportar algunos aprendizajes de
nuestra propia experiencia y de la experiencia riquísima de más un siglo de luchadores y organizaciones que en el mundo enfrentaron al capital y sus instituciones tanto como podemos aprender de la frescura
de los que se lanzan a la pelea sin dogmas y con la cabeza abierta.
Intentemos pensar en voz alta. Eludir los microclimas y las certezas. Articularnos con otros que han venido luchando y reflexionando sobre los desafíos planteados a la izquierda. Existen numerosos movimientos
sociales, algunos más políticos que sociales o socio-políticos con actividades contestatarias o de resistencias micropolíticas. Muchos de ellos con necesidad de relacionarse con otros similares y pensando también en un accionar más general.
Un movimiento de cuestionamiento a la representación, a los partidos-dirigentes y por la autoorganización y la autodeterminación da señales en todos los procesos de lucha. Embriones del “mandar obedeciendo”. Desarrollarlos, defenderlos, promoverlos, aprender de ellos es el gran desafío para que los pueblos podamos enfrentar el salvajismo que el capitalismo extiende en todo el mundo sin que partidos o líderes o jefes o caudillos intenten atarnos las manos y convencernos una vez más que dependemos de ellos y no de nosotros.
En definitiva ya se dijo: “La liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”.