¿Para qué construir otra cultura? Una cultura donde quepan todas las culturas. ¿Para qué nuclearse, organizarse,
relacionarse? ¿Será para crear una institución
corporativa, o el complemento de un proyecto político partidario, o el
apéndice de una organización sindical o social, o una asociación subordinada a la
administración estatal o gubernamental?
En primer lugar, es imprescindible
hacer caracterizaciones precisas, para fijar el rumbo. Por ejemplo,
definir al estado argentino, algunas veces dependiente y casi siempre
semicolonial, como un estado en proceso irreversible de transformación
en un estado colonial (sui generis, porque la metrópolis imperial no
realiza una anexión territorial plena, no utiliza un ejército propio de
ocupación y no impone sus símbolos imperiales a la nueva colonia,
todos estos aspectos secundarios).
Se trata también de
caracterizar a todas las instituciones del estado como correas de
transmisión de la estructura colonial vigente en el seno de un país que
todavía no termina de asimilar su transformación en productor de
comodities, y poco más. Así, los empresarios se transformaron en socios
menores de las empresas imperiales, los funcionarios se convirtieron
en gerentes regionales, las fuerzas armadas y se seguridad en gendarmes
cipayos para mantener el orden colonial y los partidos políticos en
plataforma de lanzamiento para la carrera de administrador colonial.
En
este marco, la única salida que vislumbramos es el surgimiento de un
movimiento de liberación que sólo podrá ser liderado por los
explotados, los oprimidos y los excluidos. Pero todavía falta… Ante este
panorama ¿Qué hacer en los marcos de un nuevo movimiento cultural?
Y la respuesta es
bastante simple: mantenerse independiente de todas las opciones sujetas
a las reglas del poder económico y político colonial; escaparle a las
declamaciones sobre la integración al poder del estado para minarlo
desde adentro; trabajar con la mirada puesta en las bases y no en los
medios porque los medios sirven estructuralmente al aparato de control
colonial; rechazar las concepciones eurocéntricas e imperiales, no sólo
en el discurso sino en las opciones concretas del lenguaje y la
comunicación; repudiar los autoritarismos teóricos y metodológicos
funcionales al sistema; negarse a generar golpes de efecto y a
planificar provocaciones, porque el trabajo por delante no deja lugar
para peligros gratuitos; no dejarse enceguecer por los fuegos de
artificio generados por los burócratas culturales y menos aún por los
que se dicen progresistas o aún clasistas. Establecer, por último,
prioridades estratégicas sin perderse en la niebla de lo inmediato,
porque las coyunturas, la mayoría de las veces, son manipuladas por el
poder y sus sirvientes en las organizaciones y en los medios. Y no
navegar a la deriva política.
Estamos convencidos de que
sin un horizonte político claro, y de eso se trata, cualquier propuesta
de movilización cultural, sea independiente, autónoma, alternativa o
como se le quiera llamar, será absorbida inevitablemente, tarde o
temprano, por el paradigma civilizatorio que impone el capitalismo en
su fase globalizada de acumulación por desposesión. Y ese horizonte
político no puede reducirse a la consigna a priori y abstracta de "por
el socialismo", porque después de la caída del Muro de Berlín, a nivel
mundial, y del levantamiento del 2001, a nivel nacional, es justamente
el significado profundo del socialismo uno de los temas sobre los que
tenemos que empezar a debatir.
Tampoco nos alcanza con la
apelación emocional a que nuestros valores son irrenunciables o que
nuestra vocación es la de un pueblo que no se rinde ante sus opresores.
No nos alcanzan las declaraciones carentes de propuestas políticas
concretas sobre las cuáles reflexionar, debatir y sostener nuestra
movilización como documentalistas y trabajadores de la cultura para ir
por otra sociedad y otro país.
Mientras tanto, nos parece
que debemos mantenernos en los marcos de una política cultural
independiente ligada a los movimientos sociales y populares en lucha,
ya que “en la medida en que el dominio imperialista es la negación
del proceso histórico de la sociedad dominada, también ha de ser por
fuerza la negación de su proceso cultural. Por ello, y porque toda
sociedad que se libera verdaderamente del yugo imperial reemprende las
rutas ascendentes de su propia cultura, la lucha por la liberación es,
ante todo, un acto cultural”, como decía Amilcar Cabral en plena guerra de liberación de Guinea y Cabo Verde.