Por el Espacio de Generos –
MPLD para el
ENCUENTRO DE MUJERES DE LA OTRA CAMPAÑA
ENCUENTRO DE MUJERES DE LA OTRA CAMPAÑA
“Porque queremos
decidir.
Porque podemos elegir.
Porque buscamos
libertad”.
Estas mujeres, nosotras, luchamos
por un mundo nuevo, en el que las relaciones de opresión y de explotación dejen
de existir como instrumentos de dominación de unos pocos sobre las mayorías
populares. Nuestra principal tarea en este sentido, consiste en desmontar los
“modos del pensar y hacer” que se han constituido social e históricamente y que
sirven para la reproducción de dichas relaciones de opresión y explotación. En
este camino resulta prioritario para nosotras y nosotros, como luchadoras y
luchadores sociales, poder confrontar la mirada androcéntrica a partir de la
cual se ha construido la historia oficial de nuestros pueblos. Este relato
oficial que pone al hombre como referente universal y medida de todas las
cosas, ha tenido como efecto el silenciamiento de la práctica de resistencia de
las mujeres en los procesos políticos de nuestros territorios. Como luchadoras
y luchadores sociales necesitamos desarticular este relato (estatal)
normalizado y reconstruir nuestra historia, a partir del reconocimiento del
papel destacado que hemos tenido en ella, y que hoy continuamos teniendo en la
lucha por la emancipación humana. Es este un ejercicio de memoria crítica
impostergable para quienes nos proponemos construir relaciones sociales de
nuevo tipo, despojadas de toda forma de opresión.
A lo largo de la historia de
nuestra América las mujeres hemos tenido un papel protagónico en la lucha por
la liberación. La aparente limitación a la esfera privada de la casa y la
familia, en contraste con la esfera pública reservada para los hombres, también
ha sido subvertida a través de esta historia. Las luchas de las mujeres en
Latinoamérica se remontan desde las resistencias al colonialismo y las guerras
de independencia durante el siglo XIX, en las cuales muchas mujeres
participaron activamente y luego reclamaron sus derechos a ser consideradas
como plenas ciudadanas, o bien el reconocimiento de la autodeterminación
territorial de los pueblos que integraban. En las primeras décadas del siglo
XX, las maestras, las trabajadoras industriales y las campesinas cumplieron un
papel crucial en las revueltas sociales para reivindicar los derechos de la
clase trabajadora y en la organización del movimiento obrero anarquista y
socialista. Asimismo, hemos luchado por ser incorporadas dentro de la
estructura de trabajo formal, percibiendo los mismos derechos que cualquier
trabajador hombre por el desempeño de las mismas tareas. Y también hemos
luchado a la par de los hombres en todos los campos de batalla en los que se ha
jugado la posibilidad de destruir el sistema capitalista: en el arte, en la
construcción política y en la territorial comunitaria, en la teoría y en la
guerra. Y por ultimo, pero no menos importante, hemos peleado por ampliar los
horizontes de lo posible, ensayando nuevas formas de vida susceptibles de ser
vividas, tanto en términos sociales, políticos, como sexuales e identitarios.
Nosotras fuimos y somos parte de
la gestación del movimiento piquetero en nuestro país y de los movimientos
sociales en toda América, desde el cual aprendimos a organizarnos, en el que
nos encontramos no sólo para resistir el avance de las políticas de hambre,
exclusión y desocupación perpetradas por los artífices neoliberales, sino
también y fundamentalmente para oponerle la construcción de nuevas formas de
organización social a partir de las cuales comenzamos a crear nuevas maneras de
vivir, más colectivas, más solidarias, más libres, y comenzamos a explorar
creativamente nuestras posibilidades de auto-gestionar lo que íbamos ganando en cada lucha.
En este proceso de organización y
creación de poder popular no sólo asumimos que podemos recuperar, arrancándole
a los poderosos, lo que nos han quitado (un techo, la posibilidad de alimentar
dignamente a nuestros hijos, un trabajo digno, salud, educación…) e ir por más.
Sino también reconocimos nuestra fortaleza, nuestra capacidad de decidir,
nuestra capacidad de hacer, de actuar, de elegir. Esa fortaleza que ponemos en
juego en cada corte, en cada toma, en cada piquete, en cada ocupación, en cada
enfrentamiento con las fuerzas represivas o patotas o punteros; la ejercemos
nosotras las mujeres con nuestro cuerpo, con nuestra determinación y con la
convicción de triunfar en cada batalla. Nos organizamos para defender cada uno
de nuestros derechos arrebatados, y también para sustraer nuestros cuerpos del
mercado.
Por todo esto el papel de las
mujeres en las luchas sociales es siempre protagónico, pero también siempre
silenciado por los grupos hegemónicos…
Porque cuando nos levantamos
contra los poderosos, contra los explotadores, exigiendo lo que es nuestros,
por el socialismo o el anarquismo, por una sociedad libre y sin patrones o por
nuestros derechos laborales o nuestras necesidades mas inmediatas: un techo o
alimentos o trabajo; no somos sólo luchadoras, somos mujeres y eso es muy
difícil de digerir para quienes quieren perpetuar el orden capitalista y
patriarcal…
Porque si bien el capitalismo no inventó al
patriarcado, las relaciones patriarcales de opresión constituyen un soporte
fundamental de la opresión capitalista.
El capitalismo sostiene relaciones de explotación y de apropiación
desigual de los recursos necesarios para la vida. El patriarcado jerarquiza la
posición de poder del varón heterosexual, relegando a lugares secundarios a
mujeres, niñas/os, ancianos/as y otras identidades. Estos lugares son
secundarios en términos del reconocimiento social que los mismos tienen, pero
ocupan un lugar central privilegiado en el proceso de reproducción de las
relaciones sociales capitalistas. El trabajo doméstico no es reconocido
plenamente como trabajo ni puesto en valor. Sin embargo, el trabajo domestico
es clave en el proceso reproductivo de las relaciones sociales capitalistas.
Así las cosas, como mujeres
tenemos un papel clave en la cadena total de producción y reproducción de las
relaciones sociales. Por ello también tenemos un papel central por cumplir –y
que hemos tenido siempre– en la construcción de un proyecto alternativo al
capitalismo. Y por todo esto, nuestro reconocimiento como trabajadoras y
luchadoras, pero también como mujeres libres, resulta una amenaza para las estructuras
de poder. Cuando nos salimos del libreto que la sociedad capitalista ha
orquestado para nosotras, resulta insoportable. Por eso nos encierran, nos
queman, nos violan…por ser mujeres, en lucha, pero mujeres…
Entonces somos protagonistas, no
solamente de las luchas de mujeres, por la diversidad sexual, por el
cuestionamiento del binario de género, sino en la más amplia y abarcativa
batalla para poner fin a la opresión de unxs por otrxs. Por la doble opresión
que vivimos, la de clase y la de género (y a veces triple o más, si somos
negras, originarias, lesbianas…), estamos en una posición privilegiada para
entender la importancia de esta lucha conjunta, este reconocimiento que la
única revolución que vale llamarse así es la que libera a todxs de toda forma
de opresión.
Es por eso que nuestra rebeldía
es más profunda, en la lucha por nuestros derechos no sólo ponemos en juego la
obtención de una reivindicación sino que desestabilizamos el orden social
patriarcal adaptado por el capitalismo. Porque salimos del molde en el que nos
pretenden contener, porque dejamos de reproducir los valores y la organización
social que beneficia a los ricos, porque quebramos los mecanismos de poder,
porque cuestionamos las estructuras autoritarias. Y en caso de no lograr callar
nuestro grito, buscan los mecanismos para adaptarlo a lo establecido, por
ejemplo convertir un día de lucha obrera en una efeméride, “Día de la mujer”,
superflua y sin sentido en la que en lugar de recordar nuestra fortaleza,
nuestra organización, nuestros fuerza para resistir y enfrentar la represión
estatal y patronal, se nos regala una “florcita” como acto de reverencia a
nuestra “femineidad”.
El día de la mujer debería ser un momento
importante para reflexionar acerca del trabajo que todavía nos queda por hacer
como mujeres luchadoras –y como los compañeros de esas mujeres– para
transformar nuestra realidad. El socialismo sólo puede afirmarse sobre nuevas
relaciones sociales sin dominación, lo cual implica la revolución en lo
inmediato, en la vida cotidiana, e incluye una nueva manera de ser mujer y
hombre. Como mujeres creemos que necesitamos asumir aún con mayor
energía la posibilidad de unir las batallas antiimperialistas,
anticapitalistas, anticolonialistas y antipatriarcales hacia una perspectiva
socialista.
Por eso luchamos, por revolucionar las calles,
las casas y las camas.